-Sobre todo, sujeta fuerte, ¿vale…? 
   
      -¡Ay, que te caes! - ZombiD le pega un meneo a la escalera.

      -¡No hagas el payaso! - le espeto, agarrándome a las guías con tal fuerza que me duelen los dedos. Me dan un miedo espantoso las alturas, y eso de subirme a la escalera no me hace ninguna gracia, y menos si tengo que pasar del segundo escalón, como es el caso. Estamos colgando carteles para la “Primera Barbacoa de la temporada de Verano”, a la que están invitados todos los vecinos del Castillo. Yo diseñé los carteles, el dr. Lecter se encargará de conseguir las viandas, el dr. Frankenstein de la iluminación, el dr. West de la animación, Freddy será ayudante de cocina, ZombiD pondrá la música… y de la cartelería y decoración, me ocuparé yo. Cuando acabe de pegar carteles, tendré que hacer lista de todo lo que nos hace falta para decorar la azotea, que es donde la haremos la semana que viene. Sin duda por pensar en cosas como velas negras que lloran sangre, manteles negros con bordes rojos y tela de estampado alegre (esqueletos bailando o cosa así) para el toldo de la carpa, al intentar bajar del cuarto escalón, mi pie no se coloca en el tercero, sino en la zona de fuera de la escalera; me asusto, trastabillo, ahogo un grito, ¡caigo! -¡Hah!

      ZombiD me tiene entre sus brazos. Me ha atrapado literalmente al vuelo y me aprieta contra él. Mi corazón late a una velocidad endiablada, y no estoy segura de que sea sólo por el susto. No puedo saber si a él le pasa lo mismo… entre otras cosas, porque su corazón no late en absoluto. Con mucho cuidado, me deja en el suelo. No han podido pasar más de unos segundos, pero me parece que me haya sostenido al menos media hora en sus brazos. 

     -Muchas gracias - digo, y mi voz sale como un poco aguda. ZombiD me sonríe. Una sonrisa muy rara, enseñándome todos sus dientes podridos, incluso el hueco que le falta; sonríe tanto que tiene que cerrar los ojos. 

     -Hueles muy bien. - dice solo. Sus mejillas de color verde grisáceo, están más bien de color verde pantano… Creo que será mejor que deje de darle vueltas a éste incidente, y nos ocupemos del Cine que ya tendrías que haber visto de hoy, que también trata de una fiesta: El Guateque. 



     Sin títulos de crédito (vamos, las letras del inicio), la acción arranca en la India colonizada por los ingleses, donde vemos llegar un montón de tropas muy bien uniformadas a un cañón entre dos filas de rocas escarpadas y casi montañosas. Un guerrero indio malherido se levanta penosamente de ellas y comienza a tocar la trompeta, dando señal a sus compañeros de que comiencen a disparar. Los indios, emboscados, disparan contra el invasor inglés mientras su compañero sigue tocando la trompeta, hasta que es alcanzado por una bala. Pero el trompeta se alza nuevamente y sigue tocando. Hasta que recibe una ráfaga. Pero el trompeta se alza otra vez, con gran esfuerzo y continúa tocando, pero le dan de nuevo. Tirado en el suelo moribundo, no deja de tocar… hasta que sus propios compañeros dejan de tirar contra los ingleses y se giran para acribillarlo a él. Y el tío sigue muriendo y toca la trompeta que la tocarás. Hasta que alguien dice “¿Qué está haciendo ese idiota? ¡Corten!”. Nos encontramos en medio del rodaje de una película histórica, y el protagonista, un actor hindustaní, no acaba de encajar con el sistema de producción norteamericano, a tal punto que se carga la película él solito mientras se ata una sandalia. Sí. El cómo, no voy a explicarlo. 

     Bien, después de que el director sea víctima de una crisis nerviosa debido al percance, llaman al productor, quien apunta el nombre del citado protagonista, Burundi V. Bakshy, a fin de que no vuelva a trabajar. El multimillonario productor, muy enfadado, sale de su despacho al tiempo que entra su secretaria a pedir “la lista de invitados para la fiesta”, que es JUSTO donde han apuntado el nombre de nuestro protagonista, que queda así invitado a la misma. Sólo os diré que la película se estrenó con el slogan publicitario: “Si alguna vez has estado en una fiesta más salvaje, ¡quedas detenido!”

     El guateque, estrenada en 1968 por Blake Edwards y protagonizada por uno de sus actores favoritos, Peter
Sellers, es una cinta que nos habla del propio cine como industria, sus entresijos, sus chanchullos, sus amiguismos… pero todo eso queda eclipsado por la arrolladora comicidad. La cinta permite muchas lecturas y basta con prestar un mínimo de atención para darse cuenta de ellas, pero la carcajada está siempre presente, de modo que cualquier crítica queda velada por ella. 

     El personaje de Burundi, encarnado por el inglés Sellers es, aunque sea un actor, un hombrecito tímido y poco seguro de sí mismo, pero educado y cortés, a quien le chocan muchísimo la falta de naturalidad, la soberbia o la escasez de modales. Es demasiado educado para decir nada (salvo cuando esa mala educación ya no va dirigida contra él, sino contra otra persona), pero el contraste entre el humilde con modales y el poderoso con prepotencia, sirve también al propósito cómico y crítico de la cinta. Si miramos con atención, vemos que, apenas llega a la fiesta al inicio de la película, se da cuenta de lo completamente fuera de lugar que está allí, no conoce a nadie… su deseo es irse y lo intenta, pero justo en ese momento, llegan los músicos y poco menos que se ve arrastrado al interior de la casa. 

    Puesto que nuestro protagonista no conoce a nadie y no tiene con quién conversar, se dedicará a vagar por la enorme casa del productor y a hacer cosas como explorar el cuadro de mandos eléctrico, que permite graduar el chorro de la fuente y poner perdidos de agua a los demás, o en el que sale una curiosa pantallita con una línea verde que se mueve con la voz, y, sin saber que se trata de un altavoz, se pondrá a imitar el cacareo de una gallina… 

    Conforme pasan las horas, llega la cena, el espectáculo… las peripecias del bueno de Bakshy se suceden una tras otra, a cual más cómica, e “in crescendo” (sí. Aunque pueda parecer mentira, las cosas se hacen más salvajes hasta la culminación. Os aseguro que no podéis imaginaros lo que puede llegar a pasar). Mientras la risa es la protagonista absoluta de la cinta, podemos ver pulular por allí al peloteo, al ansia de medrar, a la sed de protagonismo y hasta a la violación. Y es que Blake Edwards era un maestro no sólo en la comicidad, sino en el cine en general, y podía meter lo que le diese la gana sin perder un ápice de simpatía, ni de humanidad. 

     Peter Sellers, que ya había trabajado con Blake Edwards en ocasiones anteriores y volvería a hacerlo en el futuro, hace aquí uno de sus papeles memorables y más recordados, junto con el de Inspector Clousseau en la saga de la Pantera Rosa (también junto a Edwards). Bakshy es un hombre que no desea hacer ningún mal, todo lo contrario, pero es tan infinitamente despistado y patoso, que acaba haciéndolo. Atrae los accidentes y se mete en líos sin pretenderlo, en situaciones tan típicas y normales que no es que nos resulten naturales, sino perfectamente cercanas y plausibles de sucedernos a nosotros mismos. Y eso de dar un tirón del papel higiénico y que se desenrrolle todo entero, no sé a vosotros, pero a mí me ha sucedido. 

Sí. 

    Final, pero muy especialmente, hay que mencionar a Steve Franken en el papel de mayordomo Levinson, que
rompió todos los esquemas de comicidad haciendo de borrachín. Apenas entra por la puerta el protagonista, Levinson le ofrece una bebida "¿Whisky o vodka?", y como Bakshy es hindú, la rechaza amablemente. El mayordomo mira a un lado y al otro como Pedro Navaja y al no ver a nadie, se bebe una de las copas. Y así, cada vez que le ofrece, que no son una ni dos, de modo que conforme avanza la cinta va cogiendo un melocotón que no atina ni a cerrar a la vez los ojos para parpadear, de modo que cuando llega la hora de la cena y tiene que servir la mesa... hay que verlo. Hay que verle a él, y hay que ver el gag de fondo. El "gag de fondo" es una técnica de humor que consiste en que, mientras tenemos a alguien en primer plano, generalmente manteniendo una conversación, interesante pero no esencialmente cómica, tras ese primer plano se desarrolla el verdadero gag. En cintas de humor clásico como la que nos ocupa o Playtime, o Las vacaciones del sr. Hulot (ambas de Tati, un actor francés que es poco probable que os suene, aunque en su tiempo fue muy famoso), era de cierto uso. Más modernamente, pudimos verlo en Vivancos 3, cinta española protagonizada por el Gran Wyoming. En El guateque, mientras Bakshy cena y habla con su vecina de silla, tiene detrás la cocina con puerta de apertura hacia ambos lados, y cada vez que ésta se cierra y abre, vemos a Levinson y al Chef teniendo sus desternillantes más y menos. 

     El Guateque es una película de hilaridad salvaje, cuando eso de la comedia salvaje todavía no se había inventado o se reducía a Jerry Lewis. Es tolerada (y de hecho, a los niños les suele encantar) y muy recomendable para ver tanto en familia, como con amigotes y cachimba. Eso sí, hoy día, el concepto de humor se ha ensanchado tanto que he conocido a quien le pareció ingenua. Cinefiliabilidad 2.




“Se llama Robert Paulson” Si no coges ésta frase, tienes que ver más cine.