“Soy lo que la gente define como un golfo”. Y se puede decir que tenía razón al hablar así sobre sí mismo. Mantuvo relaciones más o menos estables con no menos de siete mujeres, pero tuvo muchísimas amantes y relaciones esporádicas. Nunca llevaba su trabajo al día. Vivía pidiendo prestado, y devolviendo tarde, mal y nunca aquello que pedía. Fue encarcelado en al menos tres ocasiones, si bien estuvo a punto de verse entre rejas muchas más. Se decía de él que tenía por costumbre olvidar todas sus facturas viejas, y en cuanto a las nuevas, dejaba que se hicieran viejas. Su modo de vida, inspiró dos inmortales personajes de cómic, Manolo Cemento, el moroso recalcitrante del ático de 13 Rue del Percebe, y al Tío Vázquez. Y como ya habréis supuesto, su nombre es Vázquez. Manuel “by” Vázquez, quien, además de en sus páginas, nos visita también en las carteleras de los cines desde el pasado 24 de Septiembre, encarnado por Santiago Segura. 


Manuel Vázquez ve la luz en Madrid en el año 1930 y durante su infancia y juventud se codea nada menos que con Wenceslao Fernández Flórez y Enrique Jardiel Poncela, grandes cómicos y dramaturgos. Con sólo diecisiete años, se muda a Barcelona y empieza a trabajar en la extinta Bruguera, creando personajes que hoy día, forman ya parte de los clásicos de la literatura española, como La familia Cebolleta (cuyo patriarca, el Abuelo Cebolleta, siempre contando sus batallitas, ha quedado convertido en paradigma de todo aquél que se pone a contar anécdotas), las hermanas Gilda, Anacleto agente secreto, o Angelito. Al contrario de lo que sucedía con la mayor parte de los historietistas de aquél entonces, cuyas historietas eran simples chistes alargados, el tío Vázquez introducía un gag cada dos o tres viñetas, estilo del que bebió también Ibáñez I el Grande poco después y que convertirían las historietas de ambos en joyas memorables. Finalmente, Vázquez se parodió a sí mismo y a sus acreedores en la serie “Los cuentos de tío Vázquez”, donde él mismo, caricaturizado, hiperboliza sus vivencias diarias con la falta de sonante y sus líos para obtenerlo, o cuando menos, pasar cómodamente sin ello. Así, en una ocasión, vemos al tío Vázquez levantarse de la cama (después de dormir “sólo” diecisiete horas…) y esperar junto a la ventana de su alcoba, pensando “cuánto tarda hoy en pasar mi desayuno… ¡ah, ahí viene, menos mal!”, se agacha hacia la calle y le vemos coger una rosquilla de una gran bandeja que transporta un encargado de una pastelería, que, por ir leyendo un tebeo, no se percata que le acaban de coger una. Para acabar de rematarlo, el tito Vázquez todavía protesta: “¡Siempre rosquillas! ¿No sabrán hacer otra cosa en esa pastelería…?”



No obstante, a mediados de los años ochenta, la editorial Bruguera empezó a ir de mal en peor, en parte, por la partida de uno de sus grandes, F. Ibáñez, y el uso de “negros” para reemplazarlo. Los llamados “negros”, fueron un gran error de Bruguera. Amparándose en el modelo de cómic americano, donde un dibujante profesional hace el dibujo, otro entinta, otro hace el guión, etcétera, intentaron hacer lo mismo con las historietas de Mortadelo, con guionistas y dibujantes de oficio que tenían que escribir deprisa y corriendo, que no tenían ningún amor por el personaje, que no tenían derecho a la autoría (todas las historietas venían con el sello de “Bruguera Equip”, y no más) y que no cobraban ni la mitad de lo que había cobrado Ibáñez, a pesar de hacer la misma cantidad de trabajo que él… lógicamente, la calidad se resintió, y eso se notó en la caja. 

También Vázquez tuvo sus respectivos “negros”, lo que influyó negativamente en la apreciación de sus historietas. Cuando Bruguera quebró definitivamente, por las abusivas cláusulas del contrato que tenían todos los dibujantes, los personajes creados por los mismos pertenecían en exclusiva a la editorial, no a sus creadores, de modo que aún con la empresa en quiebra, no podían dibujarlos para otras revistas. Cuando Ediciones B compró los restos de la citada editorial, llamó a Ibáñez para que se ocupara de nuevo de Mortadelo y su autor accedió a ello… siempre y cuando los derechos de los mismos le pertenecieran a él, para evitar que la situación de Bruguera se repitiera y pudieran robarle sus personajes de nuevo. Vázquez, no tuvo esa suerte, y de Anacleto o las Hermanas Gilda, nadie se acordó. Hoy día, aún siguen perteneciendo a Ediciones B, y cuando se sacaron reediciones de Anacleto en los años noventa, Vázquez, su autor y creador, no percibió honorarios por ello. Sin comentarios. 

Como sólo de sablazos no podía vivir (aunque lo intentaba), el tío Vázquez se reubicó en otras revistas y se pasó a un humor más orientado al público joven o adulto, con sus páginas temáticas Gente Peligrosa y Más Gente Peligrosa (editados por Glénat). En ellas, arremete contra las conveniencias sociales y jerárquicas, contra la hipocresía de la sociedad y los absurdos de la misma, retratando como “gente peligrosa” a los terribles hombres del fisco, a los cuñados, los despistados, los sabihondos, o a los gordos que se ponen a régimen, donde aprovechó, una vez más, para retratarse a sí mismo.



Siempre en clave de humor, el tío Vázquez solía reírse de sí mismo con la misma acidez con que se reía de los demás, y siempre que salía cualquier posible referencia a un impago, un deudor, un moroso… sabíamos que se trataba de Vázquez, lo que llevaba sucediendo desde las historietas más clásicas, como en cierta ocasión en la que un robot asesino intenta atacar a Anacleto, éste ve a “un viejo amigo” y le pide ayuda contra el hombre mecánico. El viejo amigo, arrastrando alegremente al robot, se lo lleva “de cabeza al trapero. Calculando a ojo, sacará unos cuarenta duros por él”, mientras éste, debatiéndose inútilmente, grita “suéltame… malvado… ¡Vázquez!”

Ibáñez, compañero de armas de nuestro protagonista, y sabedor de sus constantes apuros económicos, de los que sólo lograba salir gracias a su innato talento para el sablazo, su labia y su cara dura, no se resistió a rendirle un pequeño homenaje en las páginas de su 13 Rue del Percebe. Si bien Vázquez había aparecido ya caricaturizado en algunas historietas cortas de Ibáñez I el Grande, como “La historia esa vista por Hollywood”, donde lo sacó como “Manuel Vazquezoff” en la biografía de Miguel Strogoff, o haciendo un “cameo” en la biografía del Hombre Invisible (preguntando al citado cuánto pide por la fórmula de la invisibilidad), fue en la casa de renta limitada más famosa del cómic español donde Manolo, deudor diplomado, se haría realmente famoso. En su buhardilla, podemos verle forrarse dando lecciones de moroso, “examinando” una factura a base de preguntarle qué es la sintaxis, o cuál es la capital de Manchuria; colocando rollos lacrimógenos a sus acreedores, diciéndoles que no tiene ni para comer y se muere de hambre, mientras esconde un montón de comida detrás de la puerta, o cantando mientras se afeita “si a tu ventana llega un acreedor, dale con el garrote que sea mayor”. Por contra, sus acreedores, no son tampoco el no va más de la honestidad, ni siquiera de la inteligencia, peleándose como buitres cuando Vázquez, por divertirse, les lanza al aire un billete de mil… falso. Algunos de los gags, están basados en hechos reales de la vida del propio Vázquez, como el mezclarse entre sus acreedores, fingiendo ser uno de ellos para que no le linchen, o haciendo ruido de pelea en su propia casa para que sus perseguidores, que esperan fuera, crean realmente que otro acreedor le está zurrando y se marchen.  

En sus últimos años, dibujó para la revista Makoki, de humor para adultos, sus Historias Verdes, historietas llenas de picardía y desde luego, no aptas para niños, muchas de ellas usando el seudónimo de Sappo, mientras seguía dibujando para el suplemento infantil de El país semanal, y hacía historietas como “¡Vámonos al bingo!”, “Yo, binguero profesional”, “Vázquez, agente del fisco” o se copiaba a sí mismo en Las aventuras de Tita y Nic, que eran una pareja de detectives, algunas de cuyas historietas eran un calco de otras de Anacleto o seguían un patrón muy similar. Dado que el agente secreto estaba secuestrado por Bruguera, Vázquez repitió sus propias ideas para venderlas por segunda vez o usar argumentos que no había podido emplear en su antiguo personaje, cosa que también hiciera Ibáñez con 7º Rebolling Street (copia de 13, Rue del Percebe), o Chicha, Tato y Clodoveo, de profesión sin empleo (copia de Pepe Gotera y Otilio). 

A pesar de las recomendaciones médicas, Vázquez no se cuidaba, y vivió siempre haciendo lo que le dio la gana, en la vida, la comida, el fumeo, el juego, las mujeres y todo lo que quiso… hasta que en el año 1995, su corazón dijo “basta” y una crisis diabética nos lo arrebató. Apenas unos días antes de su muerte, fingiendo un suicidio, consiguió, por parte de la dirección de la revista Makoki, un adelanto sobre los beneficios de aquello que se publicase después de su muerte. Hasta la fecha, sólo hay otro autor en la historia que haya conseguido algo así… un tal Fiódor Dostoyevsky. 

Y hablando de lo publicado tras su muerte, gracias al tirón de la película a la que aludía al inicio del artículo, Ediciones Glénat ha publicado recientemente el libro “Lo peor de Vázquez”, además de un especial de Los cuentos de Tío Vázquez y una selección de las historietas de Anacleto, para que todos podamos disfrutar, una y otra vez, del talento incomparable del canalla más encantador del tebeo español.