—¿No vale sólo con bajar la persiana? — Me dice ZombieD, y yo niego con la cabeza. Por una vez, tiíto Creepy me apoya y asiente con la cabeza para darme la razón.

     —Hay que bajarlas, pero del todo, que tapen también las rendijas de luz. — Contesto. — Y luego, echar también las cortinas. 

     —Es un pena no tener contraventanas, para esto sería lo ideal — sugiere el tiíto. 

    —Sí, es la pena de vivir en la planta baja, sólo las habitaciones superiores tienen contraventanas. — Dice mi novio, bajando todas las persianas mientras el tiíto Creepy echa todas las cortinas y yo voy poniendo la película. Vamos a hacer sesión matinal de cine y para eso, se precisa que la habitación esté por completo a oscuras. No hace mucho, también los cines hacían sesiones matinales de cine, ideales para ver antes de la comida, hasta que la escasa afluencia de espectadores acabó con estos espectáculos. Y vamos a hablar precisamente de una de esas sesiones matinales de cine. Hoy, en Cine Freak Salvaje: Matinée. 


   
 La sala del cine. Templo sagrado a la vez de diversión, entretenimiento y cultura, frecuentada por todo tipo de fauna humana, desde grandes cinéfilos y críticos de cine, hasta aficionados al mero entretenimiento, pasando por parejitas que sólo buscan un sitio cómodo y oscuro, quizá no para ver una película pero sí para pasar un rato de cine. Desde su nacimiento a finales del siglo XIX, los cines no han dejado de proporcionar dividendos y recibir público, por más que en las últimas épocas, debido -según las productoras- a la piratería y debido también -según el público- a los precios exorbitantes del cine, a la cada vez menor educación del resto de espectadores y al aumento vergonzoso de la publicidad, hayan tenido algunos baches económicos. No obstante, por más que este pueda haber sido el bache más hondo del cine, no ha sido el único en su historia. 

     Ya en los años noventa se pronosticó la muerte del cine debido a la proliferación de los canales televisivos de pago y a la televisión por cable. En la década anterior, los ochenta, fueron los videoclubes los que hicieron pronosticar la muerte del cine (aunque en realidad, se convirtió en el mejor aliado del consumo de cine, como puede atestiguar la extinta productora Cannon). Y si retrocedemos aún más en el tiempo, ya la llegada del cine sonoro en el decenio de los treinta, iba a matar al cine. Vamos, que a poco que investiguemos, veremos que han estado prediciendo la muerte del cine, casi desde que éste nació. No obstante, la cinta que nos ocupa nos habla no sólo de la hipotética muerte del cine, sino de la hipotética muerte de... todo.  

     La cinta nos traslada a la década de los sesenta, y a una familia que vive en una base militar debido a
la profesión del cabeza de familia. A través de los ojos del hijo mayor, apenas un adolescente, vemos la desolación de su mundo privado, carente de amigos debido al sinnúmero de mudanzas a las que ha tenido que enfrentarse durante su corta vida. Debido a ello, no cuenta con más compañero que su hermano pequeño, cuya diferencia de edad es mayor de lo deseable, lo que le hace una buena víctima propiciatoria para asustarle con historias de monstruos y fantasmas que todavía se cree, pero inútil para compartir los propios miedos que, a su vez, sufre el protagonista. Para intentar paliarlos y sentir que tiene amigos, ha adoptado como tales a los grandes héroes del cine de terror de la época, como el tío Vincent Price, Peter Cushing, Bela Lugosi... Cuando llega el estreno de la última película de productor de cine de terror Laurence Woolsey (un grandísimo, y no hablo sólo de su tamaño, John Goodman), "Mant" y el muchacho se entera de que el propio productor estará presente en el estreno, aparcará por unos momentos sus propias preocupaciones para centrar toda su atención en el estreno. 


   La película nos traslada a la crisis de los misiles provocada entre los Estados Unidos y Cuba en 1962. En aquél año, se descubrieron en Cuba misiles de largo y medio alcance, al parecer proporcionados por la antigua URSS, y que podían alcanzar territorio norteamericano como quien tira arroz con un BIC. Entonces, no era como ahora, que eso de las guerras nos suena a algo que sucede siempre muy lejos; en aquél momento hacía relativamente poco que había terminado la Segunda Guerra Mundial, que había dejado nada menos que cincuenta millones de muertos. La amenaza de una posible "tercera guerra mundial" se tomaba muy en serio, y en aquél clima de inseguridad, indefensión y terror, hicieron su agosto los vendedores de búnkeres en los que refugiarse para sobrevivir a la radiación de una hipotética bomba atómica. Las películas que hablaron de los peligros de la energía nuclear y la radiación no fueron escasas y, aunque la mayoría fueron baratitas y pura serie B, ahí quedaron como recuerdo del miedo de todo un planeta; La mosca o ¡Tarántula! fueron algunas de las más representativas. 

John Goodman, encarnando al productor Laurence Woolsey, nos muestra a aquéllos hombres de cine,
no necesariamente del gran cine, pero sí del espectáculo, que estuvieron dispuestos a explotar el miedo de la población dándoles algo estupendo a lo que tener miedo en lugar de a la realidad pura y dura. Ofreciendo un espectáculo que realmente les aterrara y mantuviera en tensión, y utilizando para ello no sólo los recursos disponibles dentro de la pantalla, sino también fuera de ella. En su caso, un prodigio conocido como "El Retumbarama", parodia de otros inventos efectistas similares, como el Cinerama (que utilizaba tres pantallas para dar la sensación de envolver al espectador y que éste se sintiese "dentro" de la película), o la proyección en 3D que entonces ya se conocía. En su papel, John Candy nos muestra a un hombre de imaginación desbordante y gran deseo de innovar, y en todo orientado para hacer pasar miedo y sorprender al espectador. 

 Las películas que hablan del propio cine siempre tienen un romanticismo especial. Cintas como Cinema Paradiso o, en clave de humor, El Guateque, nos hablan del mundo interior del cine y nos muestran desde dentro los trucos y tratos del oficio. Desde su peculiar perspectiva, Matinée hace lo mismo y se convierte en el film más personal de Joe Dante, que nos lleva a sus propias vivencias y miedos durante la crisis de los misiles y sus primeros coqueteos con el cine, a través de las cintas de terror de serie B y sus héroes del mismo. 

  Matinée es una película divertida y desenfadada, que nos cuenta cómo la sociedad se enfrentaba a sus miedos reales a través de otros imaginarios, y nos muestra las poco fiables, y aún así obligatorias, precauciones que se animaba a la población a adoptar, aunque sólo fuera para mantenerla ocupada y que no estallase el pánico. Una cinta que nos muestra el espectáculo que se deseaba mantener en el cine, y que más tarde fue adoptado por los parques de atracciones, a la vez que el despertar de toda una generación en la primera desconfianza hacia sus padres y, por extensión, hacia el gobierno y el orden establecido. Es una película tolerada, fácil de ver, entretenida y divertida, aunque puede hacerse algo pesada si no te gusta el imaginario de los años sesenta. Cinefiliabilidad 3, lo que significa que es fácil de ver, pero más "entretenida" que "divertida" propiamente dicha.


En blanco y negro, todo parece más serio de lo que es.


    "No existen los accidentes". Si no coges esta frase, tienes que ver más cine.